www.vaticanocatolico.com
11. Quienes mueren en pecado original o pecado mortal descienden al infierno
Como he demostrado anteriormente, no hay manera posible de que los niños sean liberados del pecado original que no sea por el sacramento del bautismo. Esto, por supuesto, prueba que no hay manera que se salven los niños que no sea a través del sacramento del bautismo. Por lo mismo, las siguientes definiciones afirman simplemente lo que ya ha sido establecido: no es posible que un niño entre en el reino de los cielos sin recibir el bautismo de agua, sino que, al contrario, descenderá al infierno.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, Laetentur coeli, sesión 6, 6 de julio de 1439, ex cathedra: “Asimismo definimos (…) las almas de aquellos que mueren en pecado mortal actual o con solo el original, bajan inmediatamente al infierno, para ser castigadas, si bien con penas diferentes”[1].
Papa Pío VI, Auctorem fidei, 28 de agosto de 1794:
“26. La doctrina que reprueba como fábula pelagiana el lugar de los infiernos (al que corrientemente designan los fieles con el nombre de limbo de los párvulos), en que las almas de los que mueren con sola la culpa original son castigadas con pena de daño sin la pena de fuego – como si los que suprimen en él la pena del fuego, por este mero hecho introdujeran aquel lugar y estado carente de culpa y pena, como intermedio entre el reino de Dios y la condenación eterna, como lo imaginaban los pelagianos –, es falsa, temeraria e injuriosa contra las escuelas católicas”[2].
Aquí el Papa Pío VI condena la idea de algunos teólogos de que los infantes que mueren en pecado original sufren los fuegos del infierno. Al mismo tiempo, él confirma que esos infantes van a la parte de las regiones inferiores (es decir, el infierno) llamado limbo de los niños. Ellos no van al cielo, sino a algún lugar en el infierno donde no hay fuego. Esto está en perfecta concordancia con todas las otras definiciones de la Iglesia que enseñan que los niños que mueren sin el bautismo de agua descienden a los infiernos, pero sufren un castigo diferente de los que mueren en pecado mortal. Su castigo es la separación eterna de Dios.
Papa Pío XI, Mit brennender sorge, # 25, 14 de marzo 1937: “’El pecado original’ es la culpa hereditaria, propia, aunque no personal, de cada uno de los hijos de Adán, que en él pecaron (Rom. 5, 12); es pérdida de la gracia – y, consiguientemente, de la vida eterna – y propensión al mal, que cada cual ha de sofocar y domar por medio de la gracia, de la penitencia, de la lucha y del esfuerzo moral”[3].
No hay comentarios:
Publicar un comentario