El Credo Atanasiano es uno de los credos más importantes de la fe católica. Él contiene un hermoso resumen de la creencia católica en la Trinidad y en la Encarnación, que son los dos dogmas fundamentales del cristianismo. Antes de los cambios en la liturgia de 1971, el Credo Atanasiano, que consiste en 40 declaraciones rítmicas, había sido usado en el oficio dominical por más de mil años. El credo de Atanasio establece la necesidad de creer en la fe católica para la salvación. Él cierra con las palabras: “Esta es la fe católica. El que no la crea verdadera y firmemente, no puede salvarse”. Este credo fue compuesto por el mismo gran San Atanasio, como lo confirma el Concilio de Florencia.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, sesión 8, 22 de noviembre de 1439, ex cathedra:
“Sexto, ofrecemos a los enviados esa regla compendiosa de la fe compuesta por el bendito Atanasio, que es la siguiente:
”Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe católica; y el que no la guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre. Ahora bien, la fe católica es ésta, que veneremos a un sólo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la unidad; sin confundir las personas ni separar las sustancias. Porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu Santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad. (…) Y en esta Trinidad, nada es antes ni después, nada mayor o menor, sino que las tres personas son entre sí coeternas y coiguales, de suerte que, como antes se ha dicho, tanto la unidad en la Trinidad como la Trinidad en la unidad, deben ser veneradas. El que quiera, pues, salvarse, así ha de pensar con respecto a la Trinidad.
”Pero es necesario para la eterna salvación creer también fielmente en la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo (…) el hijo de Dios, es Dios y hombre. (…) Ésta es la fe católica y el que no la creyere fiel y firmemente, no podrá salvarse”[1].
La definición anterior del Credo Atanasiano en el Concilio ecuménico de Florencia significa que este credo cumple los requisitos de un pronunciamiento de la cátedra de San Pedro (una declaración ex cathedra). Negar lo que se profesa en el Credo Atanasiano es dejar de ser católico. El Credo declara que el que quiera salvarse tiene que mantener la fe católica y creer en la Trinidad y en la Encarnación. Nótese bien la frase “el que quiera salvarse” (quicunque vult salvus esse).
Esta frase es sin duda producto e inspiración del Espíritu Santo. Nos dice que todo el que puede “querer” debe creer en los misterios de la Trinidad y de la Encarnación para salvarse. ¡Esto no incluye a los bebés y a los menores de la edad de la razón, ya que no pueden querer! Los infantes son contados entre los fieles católicos, desde que reciben el hábito de la fe católica en el sacramento del bautismo. Pero, al estar debajo de la edad de la razón, no pueden hacer ningún acto de fe en los misterios católicos de la Trinidad y de la Encarnación, un acto que es absolutamente necesario para la salvación de todos los mayores de la edad de la razón (para todos los que quieran salvarse). ¿No es notable cómo Dios redactó la enseñanza de este credo infalible sobre la necesidad de la fe en los misterios de la Trinidad y de la Encarnación de una manera que no incluye a los infantes? El credo, por lo tanto, enseña que todo el que esté por sobre la edad de la razón debe tener conocimiento y creencia en los misterios de la Trinidad y de la Encarnación para salvarse – sin excepciones. Este credo, por lo tanto, elimina la teoría de la ignorancia invencible (que alguien por sobre la edad de la razón pueda salvarse sin conocer a Cristo o la verdadera fe) y, además, demuestra que quienes la predican, no profesen este credo con honestidad.
Y el hecho de que nadie que quiera salvarse pueda salvarse sin el conocimiento y la creencia en los misterios de la Trinidad y la Encarnación es la razón por la cual el Santo Oficio, bajo el Papa Clemente XI, respondió que un misionero debe, antes de bautizarse, explicar al adulto que está a punto de morir estos misterios que son absolutamente necesarios.
Respuesta del Santo Oficio al obispo de Quebec, 25 de enero de 1703:
“P. Si antes de conferir el bautismo a un adulto, está obligado el ministro a explicarle todos los misterios de nuestra fe, particularmente si está moribundo, pues esto podría turbar su mente. Si no bastaría que el moribundo prometiera que procurará instruirse apenas salga de la enfermedad, para llevar a la práctica lo que se le ha mandado.
”R. Que no basta la promesa, sino que el misionero está obligado a explicar al adulto, aún al moribundo, que no sea totalmente incapaz, los misterios de la fe que son necesarios con necesidad de medio, como son principalmente los misterios de la Trinidad y de la Encarnación”[2].
Al mismo tiempo, se planteó otra pregunta que fue respondida de la misma manera.
Respuesta del Santo Oficio al obispo de Quebec, 25 de enero de 1703:
”P. Si puede bautizarse a un adulto rudo y estúpido, como sucede con un bárbaro, dándole sólo conocimiento de Dios y de alguno de sus atributos, (…) aunque no crea explícitamente en Jesucristo.
”R. Que el misionero no puede bautizar al que no cree explícitamente en el Señor Jesucristo, sino que está obligado a instruirle en todo lo que es necesario con necesidad de medio conforme a la capacidad del bautizado”[3].
La necesidad absoluta en la creencia en el dogma de la Trinidad y la Encarnación para la salvación de todos los mayores de la edad de la razón también es la enseñanza de Santo Tomás de Aquino, el Papa Benedicto XIV y el Papa San Pío X.
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica: “Mas en el tiempo de la gracia revelada, mayores y menores están obligados a tener fe explícita en los misterios de Cristo, sobre todo en cuanto que son celebrados solemnemente en la Iglesia y se proponen en público, como son los artículos de la encarnación de que hablamos en otro lugar”[4].
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica: “Por consiguiente, en el tiempo subsiguiente a la divulgación de la gracia están todos obligados a creer explícitamente el misterio de la Trinidad”[5].
Papa Benedicto XIV, Cum religiosi, # 1, 26 de junio de 1754:
“No pudimos alegrarnos, sin embargo, cuando se informó posteriormente a Nos que en el curso de la instrucción religiosa preparatoria a la confesión y a la santa comunión, se encontraba muy a menudo que estas personas eran ignorantes de los misterios de la fe, incluso en aquellos aspectos que deben ser conocidos por necesidad de medio; en consecuencia, no estaban habilitados para participar de los sacramentos”[6].
Papa Benedicto XIV, Cum religiosi, # 4:
“Mirad que cada ministro realice cuidadosamente las medidas establecidas por el Santo Concilio de Trento (…) que los confesores deben cumplir esta parte de su deber cuando alguien se encuentra en su tribunal y no sabe lo que debe saber por necesidad de medio para salvarse…”[7].
Los mayores de la edad de la razón que ignoran estos misterios absolutamente necesarios de la fe católica – estos misterios que son una “necesidad de medio” – no pueden ser contados entre los elegidos, es lo que confirma el Papa San Pío X.
Papa San Pío X, Acerbo mimis,# 3, 15 de abril de 1905:
“Y por eso Nuestro predecesor Benedicto XIV escribió justamente: ‘Declaramos que un gran número de los condenados a las penas eternas padecen su perpetua desgracia por ignorar los misterios de la fe, que necesariamente se deben saber y creer para ser contados entre los elegidos’”[8].
Así que los que creen que la salvación es posible para aquellos que no creen en Cristo y en la Trinidad (que es “la fe católica” si está definida en término de sus misterios más simples) deben cambiar su posición y ajustarla al dogma católico. Pues no se ha dado a los hombres otro Nombre debajo de todo el cielo por el cual debamos salvarnos más que el del Señor Jesús (Hechos 4, 12). ¡Que no contradigan el Credo Atanasiano y que confiesen que el conocimiento de estos misterios es absolutamente necesario para la salvación de todos los que quieran salvarse! Ellos deben sostener esto firmemente para que ellos mismos puedan poseer la fe católica y profesar este credo con honestidad, tal y como lo hicieron nuestros antepasados católicos.
Estos misterios esenciales de la fe católica se han difundido y enseñado a la mayoría por medio del Credo de los Apóstoles (que aparece en el Apéndice). Este vital credo incluye las verdades fundamentales sobre Dios Padre, Dios Hijo (Nuestro Señor Jesucristo – su concepción, la crucifixión, la ascensión, etc.) y Dios Espíritu Santo. También contiene una profesión de fe en las verdades fundamentales de la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados y la resurrección de los cuerpos.
No hay salvación para los miembros del islam, del judaísmo y de las otras sectas no católicas, sean heréticas o cismáticas
Hasta ahora hemos visto que es un dogma infaliblemente definido que todos los que mueren como no católicos, incluyendo a todos los judíos, paganos, herejes, cismáticos, etc., no se pueden salvar. Ellos deben convertirse para obtener la salvación. Ahora debemos dar un breve vistazo a lo que la Iglesia dice específicamente acerca de algunas de principales religiones no católicas, como el judaísmo, el islam y las sectas protestantes y cismáticas del oriente. Esto ilustrará, una vez más, que aquellos que sostienen que los miembros de religiones no católicas se pueden salvar, no sólo estarán contra las declaraciones solemnes que ya se han citado, sino también contra las enseñanzas específicas que citamos a continuación.
Los judíos practican la antigua ley y rechazan la divinidad de Cristo y la Trinidad. La Iglesia enseña lo siguiente acerca de la cesación de la antigua ley y sobre todos los que siguen observándola:
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, 1441, ex cathedra:
“La sacrosanta Iglesia romana (…) Firmemente cree, profesa y enseña que las legalidades del Antiguo Testamento, o sea, de la Ley de Moisés, que se dividen en ceremonias, objetos sagrados, sacrificios y sacramentos, como quiera que fueron instituidas en la gracia de significar algo por venir, aunque en aquella edad eran convenientes para el culto divino, cesaron una vez venido nuestro Señor Jesucristo, quien por ellas fue significado, y empezaron los sacramentos del Nuevo Testamento. Y que mortalmente peca quienquiera ponga en las observancias legales su esperanza después de la pasión, y se someta a ellas, como necesarias a la salvación, como si la fe de Cristo no pudiera salvarnos sin ellas. No niega, sin embargo, que desde la pasión de Cristo hasta la promulgación del Evangelio, no pudiesen guardarse, a condición, sin embargo, de que no se creyesen en modo alguno necesarias para la salvación; pero después de promulgado el Evangelio, afirma que, sin pérdida de la salvación eterna, no pueden guardarse. Denuncia consiguientemente como ajenos a la fe de Cristo a todos los que, después de aquel tiempo, observan la circuncisión y el sábado y guardan las demás prescripciones legales y que en modo alguno pueden ser partícipes de la salvación eterna, a no ser que un día se arrepientan de esos errores”[9].
Papa Benedicto XIV, Ex quo primum, # 61, 1 de marzo de 1756: “La primera consideración es que las ceremonias de la ley mosaica fueron derogadas por la venida de Cristo y que ya no pueden ser observadas sin pecado después de la promulgación del Evangelio”[10].
Papa Pío XII, Mystici corporis christi, #s 29-30, 29 de junio de 1943: “Y, en primer lugar, con la muerte del Redentor, a la Ley Antigua abolida sucedió el Nuevo Testamento (…) en el patíbulo de su muerte Jesús abolió la Ley con sus decretos (Ef. 2,15) (…) y constituyó el Nuevo en su sangre, derramada por todo el género humano. Pues, como dice San León Magno, hablando de la Cruz del Señor, de tal manera en aquel momento se realizó un paso tan evidente de la Ley al Evangelio, de la Sinagoga a la Iglesia, de lo muchos sacrificios a una sola hostia, que, al exhalar su espíritu el Señor, se rasgó inmediatamente de arriba abajo aquel velo místico que cubría a las miradas el secreto sagrado del templo. En la Cruz, pues, murió la Ley Vieja, que en breve había de ser enterrada y resultaría mortífera…”[11].
Papa Eugenio IV, Concilio de Basilea, sesión 19, 7 de septiembre de 1434: “… existe la esperanza de que un gran número de la abominable secta de Mahoma será convertido a la fe católica”[12].
Papa Calixto III: “Yo prometo (…) exaltar la fe verdadera, y exterminar con la secta diabólica de los reprobados e infieles de Mahoma [islam] en el Oriente”[13].
La Iglesia católica considera el islam una secta “abominable” y “diabólica”. (Nota: el Concilio de Basilea, sólo se considera ecuménico/aprobado en las primeras 25 sesiones, como indica The Catholic Encyclopedia, edición inglesa, en el vol. 4, “Councils” [Concilios], pp. 425-426). Una “abominación” es algo que es aborrecible a la vista de Dios. Es algo por lo que Él no tiene respeto y estima. Algo “diabólico” es algo que es del diablo. El islam rechaza, entre muchos otros dogmas, la divinidad de Jesucristo y la Trinidad. Sus seguidores están fuera de los límites de la salvación, siempre y cuando se mantengan musulmanes.
Papa Clemente V, Concilio de Vienne, 1311-1312:
“Es un insulto para el santo nombre y una deshonra para la fe cristiana que en ciertas partes del mundo sujetas a príncipes cristianos donde viven sarracenos [es decir, los seguidores del islam, también llamados musulmanes], a veces separados, a veces mezclados con los cristianos, los sacerdotes sarracenos, comúnmente llamados zabazala, en sus templos y mezquitas, donde los sarracenos se reúnen para adorar al infiel Mahoma, invocado en voz alta y exaltado su nombre cada día a ciertas horas en un lugar elevado (…) Hay un lugar, además, donde fue enterrado un sarraceno que otros sarracenos veneraban como santo. Esto trae descrédito a nuestra fe y da gran escándalo a los fieles. Estas prácticas no se pueden tolerar sin disgustar a la Divina Majestad. Nos, por tanto, con la aprobación del sagrado concilio, prohibimos estrictamente esas prácticas, a partir de ahora, en tierras cristianas. Nos lo ordenamos a todos y cada uno a los príncipes católicos, (…) Ellos deben eliminar esta ofensa en sus territorios y velar para que sus súbditos la eliminen, para que así puedan alcanzar la recompensa de la felicidad eterna. Se les prohíbe expresamente la invocación pública del sacrílego nombre de Mahoma (…) Los que presuman actuar de otra manera deberán ser castigados por los príncipes por su irreverencia, para que otros puedan ser disuadidos de tal osadía”[14].
La Iglesia, además de enseñar que todos los que mueren como no católicos se pierden, también ella enseña que a nadie se le debe obligar a abrazar el bautismo, porque la creencia es un acto libre de la voluntad.
Papa León XIII, Immortale Dei, # 25, 1 de nov. 1885: “Es, por otra parte, costumbre de la Iglesia vigilar con mucho cuidado para que nadie sea forzado a abrazar la fe católica contra su voluntad, porque, como observa acertadamente San Agustín, ‘el hombre no puede creer más que de buena voluntad’”[15].
para prohibir la expresión de la falsa religión del islam muestra, una vez más, que el islam es una religión falsa que lleva las almas al infierno y que desagrada a Dios.
La enseñanza del Concilio de Vienne de que los príncipes cristianos deben hacer valer su autoridad civil
La Iglesia católica también enseña que las personas bautizadas que abrazan las sectas heréticas o cismáticas perderán sus almas. Jesús fundó su Iglesia sobre San Pedro como ya vimos, y declaró que todo aquel que no escuche a la Iglesia debe ser considerado como gentil y publicano (Mateo 18, 17). Él también ordenó a sus discípulos que observaran “todas las cosas” que Él había ordenado (Mateo 28, 20). Las sectas cismáticas orientales (como la “ortodoxa”) y las sectas protestantes, son movimientos desprendidos de la Iglesia católica. Al separarse de la única Iglesia de Cristo, ellos abandonaron el camino de la salvación y entraron en el camino de la perdición.
Estas sectas, obstinada y pertinazmente rechazan una o más de las verdades que Cristo claramente instituyó, como el papado (Mateo 16, Juan 21, etc.), la confesión (Juan 20,23), la Eucaristía (Juan 6,54) y otros dogmas de la fe católica. Para salvarse es necesario asentir a todas las cosas que la Iglesia católica, basada en la Escritura y la Tradición, ha definido infaliblemente como dogmas de fe.
A continuación siguen sólo algunos de los dogmas infalibles de la fe católica que son rechazados por los protestantes y por los cismáticos de la Iglesia “ortodoxa” (en el caso del Papado). La Iglesia anatematiza (una forma grave de excomunión) a todos los que afirman obstinadamente lo contrario a sus definiciones dogmáticas.
“Para entender la palabra anatema (…) primero debemos remontarnos al verdadero significado de herem, del cual es equivalente. Herem viene de la palabra haram, cortar, separar, maldecir, e indica que lo que está maldito y condenado será cortado o exterminado, sea persona o cosa, y, en consecuencia, se le prohíbe al hombre hacer uso. Este es el sentido de anatema en el siguiente pasaje del Deuteronomio VII, 26: ‘Y no has de introducir en tu casa abominación, para no hacerte como ello es, anatema. Detéstalo y abomínalo como abominación por ser cosa dada al anatema’”[16].
Por tanto, un protestante o un “ortodoxo oriental” que rechaza obstinadamente estas enseñanzas dogmáticas es anatematizado y separado de la Iglesia, fuera de la cual no hay salvación. Es muy interesante que, al pronunciar estos cánones dogmáticos, la Iglesia dice: “si alguno dijere… sea anatema [anathema sit]” en vez de decir “si alguno dijere… él es anatema [anathema est]”. Esta calificación de “sea” deja espacio para los católicos que no pueden estar conscientes de un dogma particular y que se conformarían a la enseñanza del canon tan pronto como se les muestre. La persona que es obstinada, sin embargo, y deliberadamente contradice la enseñanza dogmática de la Iglesia recibe toda la fuerza de la condena automática.
El punto aquí es que si alguien es capaz de rechazar estos dogmas y todavía pudiese ser salvo, entonces estas definiciones infalibles y sus anatemas que la acompañan no tendrían ningún significado, valor o fuerza. Sin embargo, ellas sí tienen significado, valor y fuerza – son enseñanzas infalibles protegidas por Jesucristo. Por lo tanto, todos los que rechazan estos dogmas son anatematizados y están en el camino a la condenación.
Papa Pío XI, Rerum ómnium perturbationem, # 4, 26 de enero de 1923: “El santo fue nada menos que Francisco de Sales (…) parecía haber sido enviado especialmente por Dios para luchar contra las herejías sostenidas por la reforma [protestante]. Son en estas herejías que descubrimos los inicios de esa apostasía de la humanidad de la Iglesia, los efectos tristes y desastrosos que lamenta, incluso en la hora presente, toda mente justa”[17].
Papa Julio III, Concilio de Trento, sesión 13, canon 1 sobre la Eucaristía, ex cathedra: “Si alguno negare que el santísimo sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad, de nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo entero; sino que dijere que sólo está en él como en señal y figura o por su eficacia, sea anatema”[18].
Papa Julio III, Concilio de Trento, sesión 14, canon 3 sobre el sacramento de la penitencia: “Si alguno dijere que las palabras del Señor Salvador nuestro: Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonareis los pecados, les son perdonados; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos, no han de entenderse del poder de remitir y retener los pecados en el sacramento de la penitencia, (…) sea anatema”[19].
Papa Julio III, Concilio de Trento, sesión 14, sobre la extremaunción y la penitencia: “Esto es lo que acerca de los sacramentos de la penitencia y de la extremaunción profesa y enseña este santo Concilio ecuménico y propone a todos los fieles de Cristo para ser creído y mantenido. Y manda que inviolablemente se guarden los siguientes cánones y perpetuamente condena y anatematiza a los que afirmen lo contrario”[20].
Papa Julio III, Concilio de Trento, sesión 6, cap. 16, ex cathedra: “Después de esta exposición de la doctrina católica sobre la justificación – doctrina que quien no la recibiere fiel y firmemente, no podrá justificarse –, plugo al santo Concilio añadir los cánones siguientes, a fin de que todos sepan no sólo qué deben sostener y seguir, sino también evitar y huir”[21].
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, 1870, sesión 4, cap. 3, ex cathedra: “… todos los fieles de Cristo deben creer que ‘la Santa Sede Apostólica y el Romano Pontífice poseen el primado sobre todo el orbe, y que el mismo Romano Pontífice es sucesor del bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles, y verdadero vicario de Jesucristo, (…) Enseñamos, por ende, y declaramos, que la Iglesia Romana, por disposición del Señor, posee el principado de potestad ordinaria sobre todas las otras, (…) Tal es la doctrina de la verdad católica, de la que nadie puede desviarse sin menoscabo de su fe y salvación”[22].
La Iglesia católica siempre ha enseñado que cualquier persona (incluyendo un laico y un no católico) puede bautizarse válidamente si se adhiere a la materia y a la forma adecuada del sacramento y si tiene la intención de hacer lo que hace la Iglesia.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, “Exultate Deo”, 1439: “Pero en caso de necesidad, no sólo puede bautizar el sacerdote o el diácono, sino también un laico y una mujer y hasta un pagano y hereje, con tal de que guarde la forma de la Iglesia y tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia”[23].
La Iglesia siempre ha enseñado que los niños bautizados en las iglesias heréticas y cismáticas se hacen católicos, miembros de la Iglesia y sujetos al Romano Pontífice, incluso si las personas que los bautizan son herejes que están fuera de la Iglesia católica. Esto se debe a que el niño, siendo menor de la edad de la razón, no puede ser un hereje o cismático. Él no puede tener un obstáculo que impida al bautismo de hacerlo un miembro de la Iglesia.
Papa Pablo III, Concilio de Trento, sesión 7, canon 13 sobre el sacramento del bautismo: “Si alguno dijere que los párvulos por el hecho de no tener el acto de creer no han de ser contados entre los fieles después de recibido el bautismo (…), sea anatema”[24].
Esto significa que todos los infantes bautizados, estén donde estén, incluso los bautizados en iglesias heréticas no católicas por ministros herejes, se hacen miembros de la Iglesia católica. Ellos también están sujetos al Romano Pontífice (si lo hay) como vimos anteriormente en la enseñanza del Papa León XIII. Pero, ¿en qué momento este infante católico bautizado se convierte en un no católico – separándose de la Iglesia y de la sumisión al Romano Pontífice? Después que el niño bautizado llega a la edad de la razón, él o ella se convierte en un hereje o cismático y rompe su pertenencia a la Iglesia y corta su sujeción al Romano Pontífice cuando él o ella obstinadamente rechaza cualquier enseñanza de la Iglesia católica o pierde la fe en los misterios esenciales de la Trinidad y la Encarnación.
Papa Clemente VI, Super quibusdam, 20 de septiembre de 1351: “Preguntamos: Primeramente, si creéis tú y la Iglesia de los armenios que te obedece que todos aquellos que en el bautismo recibieron la misma fe católica y después se apartaron o en lo futuro se aparten de la comunión de esta misma Iglesia romana que es la única católica, son cismáticos y herejes, si perseveran pertinazmente divididos de la fe de la misma Iglesia romana. En segundo lugar preguntamos si creéis tú y los armenios que te obedecen que ningún hombre viador podrá finalmente salvarse fuera de la fe de la misma Iglesia y de la obediencia de los Pontífices romanos”[25].
Por tanto, hay que tener claro los siguientes puntos: 1) Los no bautizados (judíos, musulmanes, paganos, etc.) deben todos unirse a la Iglesia católica recibiendo el bautismo y la fe católica o todos se perderán. 2) Todos los niños bautizados, se hacen católicos, miembros de la Iglesia y sujetos al Romano Pontífice por el bautismo. Sólo se separan de esa pertenencia (que ellos ya poseen) cuando rechazan obstinadamente cualquier dogma o crean algo contrario a los misterios esenciales de la Trinidad y Encarnación. En la enseñanza del Papa Clemente VI, vemos enseñado claramente este segundo punto: todos los que reciben la fe católica en el bautismo, pierden esa fe y se convierten en cismáticos y herejes si ellos “perseveran pertinazmente [obstinadamente] divididos de la fe de la misma Iglesia romana”.
El hecho es que todos los protestantes que rechazan la Iglesia católica o sus dogmas sobre los sacramentos, el papado, etc., se han separado obstinadamente de la fe de la Iglesia romana y por ello han roto su pertenencia a la Iglesia de Cristo. Lo mismo ocurre con los “ortodoxos orientales” que rechazan obstinadamente los dogmas sobre el papado y la infalibilidad papal. Ellos necesitan convertirse a la fe católica para salvarse.
fuente v.c
Notas:
[1] Decrees of the Ecumenical Councils [Decretos de los concilio ecuménicos], edición inglesa, vol. 1, pp. 550-553; Denzinger 39-40.
[2] Denzinger 1349a.
[3] Denzinger 1349b.
[4] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Pt. II-II, q. 2., r. 7.
[5] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Pt. II-II, q. 2., r. 8.
[6] The Papal Encyclicals [Las encíclicas papales], edición inglesa, vol. 1 (1740-1878), p. 45.
[7] The Papal Encyclicals, edición inglesa, vol. 1 (1740-1878), p. 46.
[8] The Papal Encyclicals, edición inglesa, vol. 3 (1903-1939), p. 30.
[9] Denzinger 712.
[10] The Papal Encyclicals, edición inglesa, vol. 1 (1740-1878), p. 98.
[11] The Papal Encyclicals, edición inglesa, vol. 4 (1939-1958), p. 42.
[12] Decrees of the Ecumenical Councils, edición inglesa, vol. 1, p. 479.
[13] Von Pastor, History of the Popes [La Historia de los Papas], edición inglesa, II, 346; citado por Warren H. Carroll, A History of Christendom [Una Historia de la Cristiandad], edición inglesa, Vol. 3 (The Glory of Christendom [La Gloria de la Cristiandad]), Front Royal, VA: Christendom Press, p. 571
[14] Decrees of the Ecumenical Councils, edición inglesa, vol. 1, p. 380.
[15] The Papal Encyclicals, edición inglesa, vol. 2 (1878-1903), p. 115.
[16] New Advent Catholic Encyclopedia [La Enciclopedia Católica Nuevo Advento], edición inglesa, (ec.aciprensa.com es la versión española de newadvent.org), “Anatema”.
[17] The Papal Encyclicals, edición inglesa, vol. 3 (1903-1939), p. 242.
[18] Denzinger 883.
[19] Denzinger 913.
[20] Denzinger 910.
[21] Denzinger 810.
[22] Denzinger 1826-1827.
[23] Denzinger 696.
[24] Denzinger 869.
[25] Denzinger 570b.
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