martes, 14 de agosto de 2012

Vete con los buenos y serás como ellos, vete con los malos y serás peor que ellos



(Mons. Marcel Lefebvre, El misterio de Nuestro Señor Jesucristo, capítulo XIII.)

 Nada podemos ser, nada sino caridad. Los que no son caridad están desnaturalizados. No ser caridad es contrario a la naturaleza. Obrar por egoísmo, para nuestra satisfacción, para darnos gusto, por orgullo o amor propio, es contrario al fin por el cual hemos sido creados y, con mayor razón, al fin por el cual hemos sido redimidos.
  Tenemos que volver a poner constantemente la caridad en nosotros y colocarnos en la perspectiva en la que Dios ha querido crearnos. Es toda la explicación de la vida espiritual, ya que en la medida en que no amamos a Dios suficientemente y en que no amamos suficientemente a nuestro prójimo, nos desnaturalizamos.
 Es evidente que esto proviene del pecado, que ha puesto en nosotros el espíritu de desobediencia, de ruptura con Dios y de alejamiento de El.
 Cuando, después de haber sido redimidos y de haber recibido el bautismo del Espíritu Santo, el amor de Dios, el sacerdote dice: "Sal de esta alma, espíritu inmundo, y da lugar al Espíritu Santo", hay que dejar el lugar a la caridad de Dios, es decir, el lugar que tiene que ocupar en el alma. Se trata, pues, de conservar esta caridad y eso es lo difícil. Esto nos da una luz verdadera de lo que somos, de dónde venimos y a dónde vamos.
 Esta caridad que nos ordena hacia Dios tiene que tener por objeto darse. Darse primero a Dios e incluso, cuando nos damos a nuestro prójimo, siempre tomando a Dios por motivo y por causa suya. En el fondo, sólo hay una caridad. No hay dos caridades, una para Dios y otra para el prójimo. El objeto formal de la caridad es Dios y el de la caridad al prójimo es también el mismo, Dios. En cierto modo hay dos objetos materiales, Dios y el prójimo, pero un solo mandamiento: amar a Dios. Amamos al prójimo precisamente en la medida en que proviene de Dios, va a El y está unido a El. No podemos ni tenemos que amar más que en esta perspectiva.
 No tenemos derecho a amarlo en la medida en que esté separado de Dios y se halle en pecado. No podemos amarlo sino porque es una criatura que proviene de Dios y que está destinada a Dios y porque Dios está en ella o para que Dios esté en ella por la gracia. Por esto tenemos que amar a quienes han recibido la gracia, más que los que no la tienen. Tenemos que amar a los demás para darles a Dios, puesto que es a El a quien amamos en el prójimo. No amamos al prójimo por sí mismo sino que lo amamos por Dios. "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Todo está en esta corriente de caridad y de amor. Es la grandeza y la hermosura de nuestra vida.

fuente: spes

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