(Mons. Marcel Lefebvre, El misterio de Nuestro Señor Jesucristo, capítulo XIII.)
Nada
podemos ser, nada sino caridad. Los que no son caridad están
desnaturalizados. No ser caridad es contrario a la naturaleza. Obrar por
egoísmo, para nuestra satisfacción, para darnos gusto, por orgullo o
amor propio, es contrario al fin por el cual hemos sido creados y, con
mayor razón, al fin por el cual hemos sido redimidos.
Tenemos
que volver a poner constantemente la caridad en nosotros y colocarnos
en la perspectiva en la que Dios ha querido crearnos. Es toda la
explicación de la vida espiritual, ya que en la medida en que no amamos a
Dios suficientemente y en que no amamos suficientemente a nuestro
prójimo, nos desnaturalizamos.
Es
evidente que esto proviene del pecado, que ha puesto en nosotros el
espíritu de desobediencia, de ruptura con Dios y de alejamiento de El.
Cuando,
después de haber sido redimidos y de haber recibido el bautismo del
Espíritu Santo, el amor de Dios, el sacerdote dice: "Sal de esta alma, espíritu inmundo, y da lugar al Espíritu Santo",
hay que dejar el lugar a la caridad de Dios, es decir, el lugar que
tiene que ocupar en el alma. Se trata, pues, de conservar esta caridad y
eso es lo difícil. Esto nos da una luz verdadera de lo que somos, de
dónde venimos y a dónde vamos.
Esta
caridad que nos ordena hacia Dios tiene que tener por objeto darse.
Darse primero a Dios e incluso, cuando nos damos a nuestro prójimo,
siempre tomando a Dios por motivo y por causa suya. En el fondo, sólo
hay una caridad. No hay dos caridades, una para Dios y otra para el
prójimo. El objeto formal de la caridad es Dios y el de la caridad al
prójimo es también el mismo, Dios. En cierto modo hay dos objetos
materiales, Dios y el prójimo, pero un solo mandamiento: amar a Dios.
Amamos al prójimo precisamente en la medida en que proviene de Dios, va a
El y está unido a El. No podemos ni tenemos que amar más que en esta
perspectiva.
No
tenemos derecho a amarlo en la medida en que esté separado de Dios y se
halle en pecado. No podemos amarlo sino porque es una criatura que
proviene de Dios y que está destinada a Dios y porque Dios está en ella
o para que Dios esté en ella por la gracia. Por esto tenemos que amar a
quienes han recibido la gracia, más que los que no la tienen. Tenemos
que amar a los demás para darles a Dios, puesto que es a El a quien
amamos en el prójimo. No amamos al prójimo por sí mismo sino que lo
amamos por Dios. "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Todo está en
esta corriente de caridad y de amor. Es la grandeza y la hermosura de
nuestra vida.
fuente: spes
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