sábado, 8 de junio de 2013

EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS, CORONA Y GLORIA DEL SANTÍSIMO CORAZÓN DE MARÍA





No es justo separar dos cosas que Dios ha unido tan íntimamente por los vínculos más fuertes y por los nudos más estrechos de la naturaleza, de la gracia y de la gloria: quiero decir el divino Corazón de Jesús, Hijo Único de María, y el corazón virginal de María, Madre de Jesús; el Corazón del mejor Padre que pueda existir y de la mejor Hija que haya existido o existirá; el Corazón más divino de todos los Esposos, y de la más santa de todas las Esposas; el Corazón del más amante de todos los Hijos y de la más amante de todas las Madres; dos Corazones que están reunidos por el mismo espíritu y por el mismo amor que une al Padre de Jesús con su Hijo muy amado, para no formar sino un sólo corazón, no en unidad de esencia, como es la unidad del Padre y el Hijo, sino en unidad de sentimiento, de afecto y de voluntad.
Estos dos Corazones de Jesús y María están tan unidos íntimamente, que el Corazón de Jesús es el principio del Corazón de María, como el Creador es el principio de su criatura; y que el Corazón de María es el origen del Corazón de Jesús como la madre es el origen del corazón de su hijo.
¡Cosa admirable! El Corazón de Jesús es el Corazón, el alma, el espíritu y la vida del Corazón de María, que no tiene ni movimiento, ni sentimiento, sino por el Corazón de Jesús; y el Corazón de Jesús; y el Corazón de María es la fuente de la vida del Corazón de Jesús, que residió en sus benditas entrañas, como el corazón de la madre es el principio de la vida del corazón de su hijo.
Finalmente el Corazón adorable de Jesús es la corona y la gloria del amable Corazón de la Reina de los Santos, puesto que es la gloria y la corona de todos los Santos: Corona Sanctorum omnium.
De la misma manera el Corazón de María es la gloria y la Corona del Corazón de Jesús, porque le da más honor y más gloria que todos los corazones del paraíso reunidos.
Por esto después de haber hablado tan extensamente del Corazón augusto de María, es muy razonable no terminar esta obra sin decir algo del Corazón admirable de Jesús. Pero, ¿que se puede decir acerca de un tema que es inefable, inmenso, incomprensible e infinitamente elevado por encima de todas las luces de los Querubines? Ciertamente todas las lenguas de los Serafines serían demasiado débiles para hablar dignamente de la menor chispa de ese horno abrasado del divino amor. ¿Cómo, pues, un miserable pecador, lleno de tinieblas y de iniquidades, osará acercarse a este abismo de santidad? ¿Cómo se atreverá a miar este temible santuario, oyendo resonar en sus oídos aquellas tremendas palabras: Pavete ad sanctuarium meum (Lev. 26, 2) “Temblad a la vista de mi santuario”?
Oh, mi Señor Jesús, “aufer a me iniquitates meas, ut ad Sancta sanctorum pura mente merear introire”. Borrad en mí todas mis iniquidades, a fin de que merezca entrar en el Santo de los santos, con un espíritu puro, con pensamientos santos y con palabras inflamadas por aquél fuego del cielo que vos habéis traído a la tierra, que inflamen los corazones de los que las han de leer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario